Hoy quiero contar mi experiencia sobre la doble cara de la disociación. Digo doble cara porque para mí este mecanismo tiene una parte positiva y protectora, y otra más negativa, que dificulta mucho los procesos internos y el camino hacia sanar.
Disociarse es desconectarse de algo que estamos viviendo, sin darnos cuenta de que lo estamos haciendo. Es vivir una experiencia propia en tercera persona, como si fuéramos observadores externos que vemos una película, sin ser conscientes de que lo estamos haciendo.
La disociación forma parte del trauma, siempre que vivimos experiencias traumáticas hay disociación. Este mecanismo se genera cuando la persona percibe una amenaza muy grande, no puede huir o enfrentarse a ella (que serían respuestas más adaptativas) y entonces tiene que disociarse. Esto ocurre cuando de niñ@s vivimos en contextos agresivos, o en contextos negligentes con falta de atención y cuidados. No tenemos la posibilidad de enfrentarnos o huir porque los adultos son los grandes y no nos queda otro remedio que separarnos del cuerpo y de nuestras emociones, para poder lidiar con el dolor. Estos aspectos de nuestra experiencia quedan encapsulados en nuestra mente, fuera de nuestra consciencia.
Por eso en psicoterapia siempre que abordamos trauma, abordamos disociación. En este sentido es especialmente importante establecer un vinculo seguro con la persona que viene a consulta. Para mí es como preparar una cunita con algodones suaves y blancos, para que la persona pueda compartir la experiencia dolorosa que vivió sin miedo, ni posibilidad de retraumatización. Estar ahí junto a la persona sosteniendo las emociones que surjan, dando permiso y validando lo que vaya sintiendo y ayudando a que se sienta capaz de transitarlo(ahora acompañada) para salir de la impotencia. Y así poder conectarse con lo que le dolió para poder sanarlo. Los traumas emocionales así como las heridas físicas, tienen que estar abiertos para llorarlos, liberarlos y sanarlos. No es posible la sanación sin conexión.
Estos últimos meses he experimentado otra forma de disociarme, más consciente y más adulta. Es como la cara amable de la disociación.
Llevo un par de meses atravesando una situación personal un poco complicada, en la que he tenido que vivir muchos momentos de incertidumbre y espera, en los que mi mente quería saber rápido y la vida me decía espera, en los que he tenido que armarme de paciencia y de respeto a los tiempos.
Para afrontarlo he experimentado una forma de disociarme diferente, que me está ayudando mucho en el proceso. He hecho cosas para distraerme, me he concentrado en la respiración y me he relajado, he escuchado música y canciones bonitas, he leído mucho y he visto series conectándome con la protagonista de las historias, he fantaseado que estaba en una situación diferente e incluso en otra época de mi vida, he jugado a que era una superheroína que podía con todo…En definitiva, he elegido libremente separarme del malestar, para que la situación se hiciera más llevadera, más liviana, más sencilla. Y lo conseguido muchas veces, me siento muy agradecida por ello.
Me ha gustado esta forma de disociarme, porque a pesar de que me he sentido capaz de transitarlo sin desconectarme, he decidido libremente hacerlo para facilitarme las cosas y cansarme menos. La disociación está siendo para mí a ratos una respuesta elegida y consciente, y no automática y traumática. La disociación elegida me ha hecho sentirme fuerte, capaz y menos cansada, mientras que la disociación traumática nos hace sentirnos incapaces, pequeños, impotentes, perdidos…
Maria Aguado es psicóloga registrada en el Colegio Oficial de Psicólogos de Madrid. Especialista en terapias para personas con alta sensibilidad, para afrontar procesos de duelo o Abuso narcisista, y maternidad consciente.